
La lista de pueblos asentados en la península de Crimea desde la Antigüedad es larga y sorprendente, pero será a partir del siglo XV, con la toma de Constantinopla por los turcos otomanos, cuando la Historia de este “casi isla”bañada por los mares Negro y Azov quede de alguna manera estabilizada: así, tras varios siglos de dominio tártaro, y a resultas de una de tantas guerras ruso-turcas, ambos imperios, otomano y ruso, firmarán en 1774 el Tratado de Küçük Kaynarca (también conocido como Kuchuk Kainarji) que contemplaba, entre otras cuestiones, que el kanato tártaro de Crimea dejaría de ser vasallo del Imperio Otomano para pasar a convertirse en un protectorado ruso, poniendo en marcha un proceso que culminaría con su conversión en el óblast de Táurida (1784), manifestación de su incorporación al Imperio Ruso.
Durante la Revolución Rusa iniciada en 1917, la península no será ajena a las convulsiones que sacudieron todo el imperio zarista: asambleas nacionalistas que proclaman una República Popular, surgimiento de repúblicas bolcheviques paralelas que las cuestionan, ocupación alemana – que implicó, en este caso, la creación del Gobierno Regional de Crimea – y, finalmente, victoria bolchevique que supondría la proclamación, el 18 de octubre de 1921, de la República Autónoma Socialista Soviética de Crimea integrada en la República Federativa Socialista Soviética de Rusia.
Tras la Segunda Guerra Mundial, concretamente el 30 de junio de 1945, la República Autónoma es “degradada” a la categoría de óblast de la RSFS de Rusia y, no mucho después, la ciudad de Sebastopol era convertido en un centro administrativo independiente. Su constitución y parlamento también quedaban suprimidos. La causa aducida para tomar tan draconianas medidas fue que en Crimea, en especial la población tártara autóctona, no se habría mostrado especial interés en defender el régimen estalinista de las tropas invasoras alemanas. Como en otras repúblicas soviéticas, desde el Báltico al Cáucaso, las autoridades soviéticas procedieron a la deportación de miles de tártaros de Crimea, en lo que las víctimas recuerdan como el Sürgün o exilio, y a su reubicación en otras áreas del imperio soviético en un viaje que costó la vida de miles de ellos, como ocurrió con lituanos, estonios, coreanos o moldavos… Y, también como en esas regiones del imperio bolchevique, se procedió, a continuación, a repoblar con “ciudadanos soviéticos”, que, tras la caída de la URSS, se considerarán parte el “mundo ruso”:
“Tras declarar Ucrania su independencia en agosto de 1991, la postura de los rusos de Ucrania se radicalizó. Mientras la mayoría de los habitantes de Ucrania del este declararon sentirse soviéticos o de su región, pero no rusos, en Crimea sí se consideraron rusos. La diferencia radicó en que en el este de Ucrania la población vinculada a Rusia ha vivido allí desde los tiempos zaristas, por lo que no reconocen a este país como su origen. Se proclaman ucranianos, aunque rechazan la separación económica y política de Rusia. En Crimea, en cambio, la emigración comenzó a partir de 1945 y son emigrantes rusos que no consideran a Ucrania su origen” (1).
Como afirmara Mihail Tarasov, presidente del Presidium del Soviet Supremo de la RSFS de Rusia “la región de Crimea, como es sabido, ocupa toda la península de Crimea y es geográficamente adyacente a la República de Ucrania, como si fuera una extensión natural de las estepas del sur de Ucrania. La economía de la región de Crimea está estrechamente vinculada con la economía de la República Socialista Soviética de Ucrania. Por razones geográficas y económicas, la transferencia de la región de Crimea a la república ucraniana hermana, es apropiada y sirve a los intereses comunes del Estado soviético”.
Por otro lado, Crimea constituía, realmente, una carga para Rusia – era un regalo envenenado – y esperaba que fuera la República de Ucrania la que impulsara el área.
Por último, más allá de los orígenes ucranianos de Krushev y la supuesta o real querencia hacia su patria chica, no podemos olvidar que la Ucrania occidental fue anexionada en 1939 – en connivencia con Alemania – ni que la Ucrania oriental padeció en los años treinta el devastador Holodomor: no es de extrañar que la invasión alemana de la URSS en 1941 fuera recibida con alborozo por la población ucraniana ni que fuera esta nación la que más voluntarios aportara al esfuerzo de guerra alemán en Europa – Holanda sería la segunda -, es decir, que Ucrania tenía pocos motivos para sentirse a gusto dentro de la URSS. Aprovechando la celebración del centenario del Tratado de Pereyaslav (1654) 2 el Presidium del Soviet Supremo de la URSS decretó la unión de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania (Decreto de 19 febrero 1954), medida que durante más de cuarenta años jamás se puso en cuestión; sin embargo, la República Socialista Soviética de Ucrania, acogiéndose a lo establecido en la Constitución de la URSS, declaró la independencia el 24 de agosto de 1991.
La inquietud se apoderó de los rusos, muy especialmente de aquellos que no habían previsto la desaparición de la Unión Soviética, sino su reforma: así, el Congreso de Diputados del Pueblo de la Unión Soviética – nuevo órgano legislativo supremo creado por Gorbachov en 1989 – declaró ilegal el traspaso de Crimea a Ucrania: esto ocurría el 5 de mayo de 1992, el mismo día en el que el Parlamento de la República Autónoma de Crimea declaraba la independencia. Efectivamente, el artículo 18 de la Constitución de la URSS de 1936, que era la vigente en 1954, y a la que en 1944 se le hacen diversas enmiendas pero no a la formulación de dicho artículo, afirma que “el territorio de las repúblicas federadas no puede ser modificado sin su consentimiento”.
Resulta extraño que nadie se diera cuenta durante cuarenta años de que se había vulnerado la constitución, texto que, por otra parte, ya no estaba vigente en 1992, pero es que, tampoco en 1954 se habría violado el texto constitucional, pues en la reunión del Presidium del Soviet Supremo de la URSS celebrado el 19 de febrero de 1954, se concedió la palabra a Mihail Tarasov, presidente del Presidium del Soviet Supremo de la RFSF de Rusia, el cual afirmó que:
“el Presidium del Soviet Supremo de la RSFSR con la participación de representantes de los comités ejecutivos regionales de Crimea y los soviéticos de la ciudad de Sebastopol, ha examinado la propuesta del Consejo de Ministros de la RSFSR en la transferencia de la región de Crimea a la RSS de Ucrania. Dado el carácter general de la economía, la proximidad y los lazos económicos y culturales entre la región de Crimea y la RSS de Ucrania, así como hacer referencia a la aprobación del Presidium del Soviet Supremo de la RSS de Ucrania; el Presidium del Soviet Supremo de la RSFSR considera oportuno transferir la región de Crimea ala RSS de Ucrania”.
Nos encontramos, pues, que dicha transferencia no vulneró el ordenamiento jurídico de la URSS en ningún momento, puesto que el representante de Rusia había dado su aprobación explícita.
En cuanto a la independencia de Ucrania, debemos recordar que, según el artículo 17 de la Constitución de 1936 cada república federada tenía el derecho a separarse libremente de la URSS – algo que se mantendría la Constitución de 1977 -, de modo que la declaración de independencia de agosto de 1991 estaba contemplada en la Constitución de la URSS y no habría violentado, en absoluto, la vida política, institucional o jurídica de la Unión Soviética.
Por otro lado, dado que Crimea se había convertido en una provincia ucraniana, las autoridades de este país actuaban dentro de la legalidad cuando concedieron a la península el estatus de República Autónoma: el 20 de enero de 1991, meses antes del golpe de estado contra Gorbachov(19 al 21 de agosto de 1991) se celebró un referéndum en el que se votaba la derogación del decreto de 1945 por el que se abolía la República Autónoma de Crimea – cuando aún formaba parte de la RSFS de Rusia – que fue ganado por los partidarios de restituirla y aprobada por la Rada Suprema de Ucrania el 12 de febrero de ese mismo año – cuando aún no había declarado la independencia -.
La constitución de la República Autónoma de Crimea implicaba la constitución de un Consejo Supremo para la península, es decir, un parlamento autonómico que desarrollaría sus competencias en el marco de la Constitución ucraniana, de manera que la declaración de independencia realizada por el parlamento crimeo en mayo de 1992 atentaba contra el ordenamiento jurídico ucraniano, mientras que la declaración de la Duma Rusa en relación a la supuesta ilegalidad cometida por Kruchev al ceder Crimea a la República Federada Soviética de Ucrania, ya estaba fuera de lugar, pues se refería un asunto interno de la ya constituida como República de Ucrania.
Cuando la Duma rusa declaró nula la transferencia de Crimea a la que fuera República Socialista Soviética de Ucrania, su sucesora, la República de Ucrania, llevó el caso ante el Consejo de Seguridad de la ONU, que en su sesión de 20 de julio de 1993 reafirmó el derecho de Ucrania a su integridad territorial y en 1994, la ya constituida como Duma Rusa, declaró que reconocía a Crimea como parte de Ucrania (3).
Maydan como excusa: una pregunta para el lector español.
¿Se imaginan los lectores españoles que tras un “rodea el Congreso” convocado por Podemos o las algaradas provocadas por los Comités de Defensa de la República en Barcelona o los altercados de Lavapiés, Portugal aprovechara la circunstancia para anexionar Olivenza o Francia hiciera lo propio con Llivia? Y, lo más inquietante: ¿Y si Marruecos se erigiera en defensor de las minorías marroquíes de territorios que reivindica como suyos como Ceuta y Melilla?
Que Estados Unidos y la UE actuaran de una manera inadecuada en el caso de Kosovo, no puede abrir la veda para que cualquier potencia mundial se dedique a vulnerar el Derecho Internacional cada vez que le viene en gana a costa de las naciones medianas y pequeñas.
Notas
[1] Pág. 310 GRANADOS GONZÁLEZ, Paulino Javier Factores de las relaciones ruso-ucranianas, 1991 – 1997. Memoria para optar al grado de doctor. UCM, 2002. [2] El Tratado de Pereyaslav (1654) contemplaba el reparto del territorio que, más o menos, ocupa la actual Ucrania entre la Confederación Polaco-Lituana y el Imperio ruso, situación que se mantuvo, salvo el breve intervalo que supuso la unificación de la República Popular de Ucrania Occidental y la República Popular de Ucrania consagrada por el Acta de Unificación del 22 de enero de 1919 – hasta el Pacto nazi-soviético, cuando la Ucrania occidental fue cedida por los alemanes a la URSS tras la invasión de Polonia. [3] Pág. 195, GRANADOS GONZÁLEZ, Paulino Javier Factores de las relaciones ruso-ucranianas, 1991 – 1997. Memoria para optar al grado de doctor. UCM, 2002.Escrito por Jorge Martín
Fuente: Tribuna Narciso Perales